Es bien sabido desde antaño que el Oriente con sus sabores exóticos también es una fuente muy grande de relatos y tradiciones, una de ellas que me llama particularmente la atención es la de María, la egípcia que mal no viene por estas festividades. Nuestra historia transcurre allá por el siglo VI de nuestra era, y fue descubierta en un mester de clerecía de la Edad Media. He estudiado bastante los mesteres de clerecía y para el que no sabe lo que es, puedo remitirme a decir que son poemas labrados con intenciones religiosas y fines didácticos, el famoso “Libro del buen Amor” del Archipreste de Hita es uno de ellos. El del María, la egipcia tampoco escapa de ese estilo, cuenta la história que un monje de nombre Zózimo andaba recorriendo el desierto cuando se topó a lo lejos con un bulto totalmente negro que se movía, ese bulto era en realidad una mujer que deambulaba desnuda en medio de la nada. Y aunque parezca asombroso, tal mujer logró reconocerlo por su nombre a pesar de que él jamás la había visto antes en su vida. Zózimo se acercó a ella pero ésta le pidió que le arrojase algo para cubrir su cuerpo, el monje le tiró su manto y con esto la mujer tapó su desnudez. La ermitaña era una anciana cuyos largos cabellos se habían vuelto completamente blancos con el paso del tiempo y el sol también había castigado su piel al punto de volverla oscurísima. Había vivido en el desierto sin ver a nadie por más de cuarenta y siete años hasta ese día en que se encontró con Zózimo.
La anciana le contó a este monje cómo había sido su vida antes de convertirse en ermitaña. Se llamaba María y cuando contaba con doce años fue llevada a Alejandría, allí le tomó el gusto a los placeres sensuales y durante diecisiete años practicó la prostitución, cometiendo toda clase de pecados. Un día María vió que un grupo de peregrinos cristianos se embarcaban para los Santos Lugares y decidió por curiosidad tomar parte de ese viaje, sin pensar que iba ser el viaje de su vida. Según el mester (aclaro que es más moralista), como no tenía dinero para pagar el viaje ofreció su cuerpo a los marineros pues para ella eso era lo normal, dado a que se encontraba muy entusiasmada con esa aventura, en otras tradiciones con visiones menos piadosas se sostiene que María, la egipcia tomó parte del viaje no para ir a conocer Tierra Santa sino para tentar a los hombres que participaban de él y que durante todo el trayecto no hizo otra cosa que divertirse con los miembros de la tripulación.
Sea como haya sido, ya en Tierra Santa, vió que los peregrinos entraban en una Iglesia que contenía el lugar exacto donde nació Jesús. María, la egipcia, se sintió llamada a entrar también pero ya estando al frente de la puerta no pudo pegar el paso para adelante porque una fuerza invisible se lo impedía, fue allí que comprendió la vida de pecado que había llevado, y una voz en su interior le decía que se encontraba indigna. Sin embargo encontrándose pecadora, indigna de recibir la gracia de estar en ese suelo santo, tuvo una aparición de la Virgen María, quien intercedió para que esta pecadora pudiera conocer el lugar aconsejándole que se arrepintiera y confesara sus malas acciones, y que recibiera la Santa Eucaristía.
María, la egipcia, así lo hizo, y finalmente pudo ingresar a la Iglesia sin ningún impedimento. Fue en ese lugar donde el Espíritu Santo obró un milagro porque María se convirtió y salió de allí completamente transformada. Algo le decía que debía alejarse de su vida pasada para siempre para retirarse al desierto en penitencia.
Quiso la Divina Providencia que en su retirada al desierto llevara con ella tres panes que la alimentaron sin nunca acabar durante los cuarenta y siete años que pasó en ese lugar.
Decía la anciana María que en los primeros diecisiete años de vida ermitaña, sufrió muchas tentaciones, las cuales la instaban a regresar a la vida que había llevado anteriormente pero que secundada siempre por la Gracia de Dios las lograba vencer a todas. El resto de sus años los pasó en soledad, y pasó tan alejada del resto de la civilización que cuando sus ropas se deshicieron sobre ella solo le quedó andar caminado desnuda. Con todo esto María, la egipcia había adquirido un halo impresionante de santidad y no eran pocos los dones que Dios le había regalado, entre ellos el de la clarividencia, con el cual había descubierto el nombre del monje. Aprovechó de este, el recibir la Santa Comunión, después de tanto tiempo y luego le pidió que volviese al año siguiente en la misma fecha para volver a recibir el Cuerpo de Cristo ya que ella vivía en el desierto como penitente.
Zózimo acordó con ella en volverse a ver y al año siguiente se encontró con la anciana pero está vez el río Jordan los separaba, el monje se apenó porque creyó que no iba a poder darle la comunión a esa pobre mujer, no obstante vió que Maria hacía la Señal de la Cruz y seguidamente… ¡caminaba por sobre las aguas del Jordan! hasta llegar adonde estaba él para recibir la Sangre y el Cuerpo de Cristo y volver de la misma manera en que había venido.
Al año siguiente, Zózimo también fue con la intención de darle nuevamente la Santa Comunión a la ermitaña per se encontró con el cuerpo sin vida de María y con una inscripción particular hecha por la misma mujer donde le contaba sobre su muerte y que por supuesto que ya gozaba de la Gloria de Dios, como era de esperar. El monje lamentaba el hecho de no contar con las fuerzas suficientes de enterrar a esta santa mujer cuando de pronto se le apareció un león y que sin ánimo de lastimar a Zózimo cabó con sus garras un hueco en la tierra para que éste colocara el cuerpo de María allí. Retirándose después, la bestia, con una señal de reverencia. De esta manera pudo el religioso enterrar a María.
Este relato del mester fue recabado de las tradiciones cristianas orientales, no se sabe si a ciencia cierta fue un hecho verídico, lo cierto es que hasta el día de hoy tanto la Iglesia Católica como las Iglesias Cristianas de Oriente tienen y veneran entre sus tradiciones a esta Santa, que algunas veces es conocida como “María, la egipcia” o “María, la copta”.
Su historia hoy nos parecería inverosímil, no creo que lo haya sido menos en aquellos tiempos, el ser humano no ha cambiado mucho desde esa época, ya entonces existían incrédulos y la Fe no era fácil como tampoco lo es hoy. De otro modo, para qué entonces los religiosos se pondrían a escribir mesteres como éste intentando legarnos el mensaje a modo de enseñanza de que el Amor de Dios obra maravillas aún en aquellas almas que parecen olvidadas en fondo del fango del pecado como la de una mujer llamada María, la egipcia.